Llevé a verificar mi coche, como buen mexicano, el 30 de diciembre. “La unidad”, no dio el ancho en el primer intento. “Alto en hidrocarburos, joven, llévelo a un taller mecánico a que le arreglen eso y vuelve sin costo alguno.” Chale, pues a darle servicio a mi medio de transporte. Cruzo Insurgentes por Eje 5, y de pronto se ve un taller grande, decentón. Venga, si está tan grande debe funcionar. Para no hacer el cuento largo, mi coche no sólo no pasó la dura prueba del engomado CERO después de 920 varos de afinación y 400 de cambio de aceite, sino que estaba “fuera de especificaciones mecánicas”.
Volví a Servicios Nápoles a reclamar y me dijeron que por 600 pesitos únicamente ellos me lo verificaban. Y me aseguraban que pasaba. Por supuesto que les escupí en la cara (al menos esa fue la imagen en mi mente) y me largué. Ahora debo pagar miles de pesos en multas y demás, y lo peor… no puedo circular.
Viva México, y toda su corrupción (e impuntualidad).
En lo que va del año he tenido que moverme en taxi.
A continuación dos momentos para la posteridad… de la cuesta de enero.
1.
Sitio de taxis, Hipódromo de las Américas.
Una pardilla de taxistas leen periódicos sensacionalistas. Uno muy gordo, camisa blanca y botones mal cosidos que dejan ver su horrenda panza me grita a lo lejos.
– ¿Quiere taxi, joven?
Mi próximo chofer agrega.
– Ni tire su cigarro, así puedo fumar yo mientras manejo.
El gordo, cabulea la amabilidad de su colega operador.
– Ooooo, todavía ni se sube y ya te lo andas ligando.
Me subo al taxi, pasamos por el aquelarre de conductores, el Jabba the Hutt grita a lo lejos:
– ¡No te cojas al pasaje!
Desde la ventana…
– ¡No te comas al pasaje!
Llegué sin problema alguno y hasta me facilitó lectura para el camino. El periódico en donde aparecía un descabezado en la tumba de Beltrán Leyva.
2.
– ¿Estudia en la ibero, Señor?
(Nunca me llaman “señor”, mi vida está en declive)
– No, aquí chambeo.
– Ah, seguro se enteró…
– ¿De qué?
– Del chavo de ahí que atropelló mató a otro por acá abajo.
– ¿QUÉ?
– Sí, lo atropelló. Yo lo vi. Le pegó por atrás, no sabe señor… voló.
– ¿Y se murió?
– Sí. Luego, luego.
– Pero para mí fue culpa del ciclista.
– Ah, iba en una bici.
– Sí, se bajó de la banqueta. Ya sabe que siempre nos echan la culpa a nosotros.
(Suena su teléfono celular, me ignora por completo y habla muy bajito)
– (Diálogo inaudible) … ¿Tons? ¿No hay hoteles por tu casa?