Dice mi papá que la última vez que nevó en la ciudad fue en 1967. No quiero imaginar el caos. Por supuesto, no somos la cochina cantidad de personas que ahora (sobre)vivimos el DF, pero de todos modos somos un país “tropical” ¿qué no?
Y todos los inviernos es exactamente lo mismo. “Va a nevar en el DF.” El rumor del Servicio Meteorológico Nacional de que -ahora sí- caerá nieve. Y todos, como niños de 6 años, esperando a que el cielo, las banquetas y el Ángel de la Independencia se pongan blancos.
Marcelo Ebrard no puede hacer que caiga nieve sobre su Rockefeller Center regióncuatro, pero tenemos siempre el Ajusco, o ya de perdis, la autopista a Cuernavaca. (Por cierto, el único lugar donde su servidor ha visto la nieve en vivo y a todo color, ahí a la altura de la estatua de Morelos… de rancho.)
Pero: ¿Y si ahora sí cae un chingo de nieve?
¿Tendríamos que ir a trabajar? ¿Cómo le haríamos, con los caminos congelados?
¿Hay refugios adecuados para los que padecen de indigencia?
Después de hacer angelitos, monos y guerras de nieve, de agarrar una pulmonía marca llorarás, ¿qué?
¿Nos dejaríamos de quejar todo el tiempo del frío sólo por la felicidad?
A 9 grados centígrados yo siento que se me caen los pies y no me dan ganas de hacer absolutamente nada. Ya me enfermé gacho y extraño el sol. Aunque cuando llegue la odiosa temporada de calor quiera que regrese el friíto. Así somos todos, nada nos da gusto.
Nota al pie: El carácter hostil de esta reflexión tal vez se deba a uno de mis corajes infantiles más grandes. Los Vaqueros de Dallas contra Delfines de Miami en 1993. Juego de Acción de Gracias. Leon Lett.
No puedo ocultar mi nerviosismo esta postemporada. Y sí, ya sé que los Vaqueros son como el América. Ni pedo.